«Capaz de lo peor, el norteamericano nos dio lo mejor, gustándose y
gustando»
Lo simple puede ser, en ocasiones, especialmente conmovedor. Madeleine Peyroux trajo al Botánico música de club, en trío, con la madera de un contrabajo y una Gibson de semicaja como únicos escuderos de su voz y sus manos, cómodas entre las cuerdas de la guitarra. Sentados, ofrecieron su espectáculo, íntimo, cuidado, de los que reposan bien en los oídos de un público que no busca sorpresas. No importaba el calor, los abanicos bailaban al ritmo que ella marcaba, entre llamadas a cobro revertido al peluquín de un tal Donald Trump y un blues más para beber y llorar, para dejarse llevar.
El sol se despidió de nosotros dando paso a la noche y con ella llegó José James y su magnífica banda, un cambio radical de concepto. El desparpajo se apoderó del escenario, las sillas comenzaron a molestar y el soul se mezclaba con trazas de jazz y rhythm and blues. Capaz de lo peor, el norteamericano nos dio lo mejor, gustándose y
gustando, convenciendo a los más veteranos y despertando a los jóvenes. Una dosis de frescura a una música con tantos años de historia, otra cara para un concierto memorable. La noche terminó con una de esas canciones que quitan las ganas de irse tan pronto a la cama.
Ain’t no sunshine when she’s gone
It’s not warm when she’s away…
Pablo A. Martín